Fuera de Eurovisión –ganó la edición de 2011– y de aparecer durante años en la camiseta del Atlético de Madrid, ¿de qué te suena Azerbaiyán? En la frontera con Asia, esta antigua república soviética dibuja la silueta de un águila imaginaria sobre el mapa: la península de Absheron. La Dubai del Caspio, como muchos la llaman, crece asentada sobre una gran bolsa de petróleo, con una desatada pasión por la riqueza y los excesos que se concentra en Bakú, su flamante capital.
Fuera de aquí, se reduce el bullicio, los lujosos chrysler y audi de la gran ciudad dejan paso a los antiguos lada soviéticos –y a los autocares de turistas, cada vez más numerosos– y Azerbaiyán asoma su cara más genuina, llena de historia y paisajes impactantes. Aquí las montañas están que arden, surgen volcanes de lodo y la evolución de la humanidad se dibuja en las rocas. Te mostramos 5 experiencias para descubrir en Azerbaiyán.
1. Yanar Dag, el fuego perpetuo


Un paisaje que te dejará sin palabras es el de Yanar Dag, una colina en la península de Absheron, cerca de Bakú, donde la tierra arde literalmente desde el siglo V, incluso bajo la lluvia. El truco tiene explicación –sucede por la filtración constante de gas que emana del suelo–, pero la magia impresiona, atrae cientos de turistas y explica que a Azerbaiyán se le conozca como la tierra de fuego. La experiencia es impresionante –ya dejó sin palabras a Marco Polo, cuando pasó por aquí en el siglo XIII, y a los comerciantes de la Ruta de la Seda– y los consejos, obvios: mantén la distancia de seguridad porque la temperatura es realmente elevada.
2. Atesgah, un centro místico de peregrinación


También brota fuego de Atesgah, un espacio místico situado a unos 30 minutos de Bakú. Aquí vivían los zoroastras, una comunidad que adoraba al profeta Zaratustra y creía que el alma ascendía al cielo por medio del fuego. El templo está basado en inscripciones persas e indias –atash significa fuego en persa– y, a lo largo de su historia, ha sido utilizado como centro filosófico y lugar de culto y peregrinación hindú, sikh y zoroastriano. Recientemente restaurado, cuenta con un pequeño museo abierto al público y un toque esotérico que flota en cada rincón.
3. Shikhov, la playa del mar Caspio


En los años de la ocupación soviética, Bakú era una floreciente ciudad balnearia, con hoteles y un clima seco y templado que aseguraba una alta demanda. El clima no ha cambiado, pero las instalaciones cayeron en desuso y, en la actualidad, algunas incluso comparten espacio con centros de almacenamiento de petróleo y mucha contaminación. En los últimos años, el panorama se renueva y mejora por momentos. En verano, cuando la temperatura en Bakú alcanza los 27ºC, se impone un chapuzón en la playa de Shikhov, en el litoral del Caspio.
4. La tierra de los volcanes de lodo

La mayoría de los autobuses turísticos se dirigen hacia Gobustán, en el interior, para visitar los volcanes de barro. Son unos 80 km al suroeste de Bakú por una carretera infernal, solo apta para 4×4 y minibuses, pero el espectáculo merece totalmente la pena. ¿Sabías que de los 700 volcanes de lodo que hay en todo el mundo, 300 están en la Reserva Estatal de Gobustán? Son emanaciones de gas que, al salir de la tierra, forman un cráter que lanza una arcilla negruzca por su mezcla con el petróleo y que, al secarse, dibuja extrañas formas.

Puedes embadurnarte de arriba abajo con este lodo –ojo con hundirte, la sensación no resulta agradable–, del que se dice que tiene propiedades curativas gracias a su alto contenido en silicio. En cualquier caso, disfruta de la aridez del terreno y de lo sorprendente del fenómeno, que te hará sentir que estás en un paisaje lunar. Otras veces, el gas que empuja el agua fría del subsuelo –y el petróleo, una vez más– da lugar a lagunas burbujeantes y la experiencia se centra en disfrutar de un escenario semidesértico con el chof chof de las burbujas de fondo.
5. La prehistoria se cuenta paso a paso en Gobustan



En Gobustán tienes también una de las visitas más recomendables del país: el Parque Nacional de Gobustán, un espacio con la más larga tradición continua de arte rupestre del mundo, Patrimonio de la Humanidad desde 2007. La reserva cuenta con más de 600.000 pinturas con una antigüedad que se estima en más de 20.000 años, pero su valor radica especialmente en su importancia histórica. Pasear entre estas inmensas rocas –recuerdan la Ciudad Encantada de Cuenca– es asistir a una clase de arqueología al aire libre: las pinturas, de diferentes épocas, permiten ver la evolución entre el dibujo de un cazador y el de un perro, lo que significa que el hombre ya había empezado a domesticar animales y que aquí se radicó un largo asentamiento.