Tras la vorágine de San Patricio –la gran festividad irlandesa que tiñe todo de verde y lo pone patas arriba– Dublín recupera el pulso y vuelve a ser lo que es: una ciudad amable y con buen rollo –entre las 5 más felices, según portales como TripAdvisor–, tranquila y pegada a la tierra, que siempre cae bien. En los meses de verano, cuando las academias de inglés multiplican su oferta y los bajos precios atraen a un turismo de masas, el encanto dublinés parece diluirse. Por eso nos encanta ahora, en primavera, a pesar de la lluvia –o gracias a ella–, sin el traqueteo de los trolley y preparando ya un futuro aún más verde que, en 2025, creará una amplia red ciclista y libre de automóviles al norte del Liffey.
De momento, recorremos su centro histórico en un amplio paseo por algunos de sus puntos más imprescindibles para descubrir su esencia. Estas son nuestras primeras 8 visitas básicas en Dublín.
1. Todo gira en torno al río Liffey


Literaria, cervecera, amante del whiskey o de las gaitas, vikinga… Todos los tópicos que puedas imaginar sobre Dublín se concentran (y fluyen) a lo largo del río Liffey, con ambos márgenes repletos de tabernas, música, literatura e historia. La orilla norte –más residencial– y la sur –turística e histórica– del centro están conectadas por más de ocho puentes con todo tipo de estilos –incluso dos, el de James Joyce y el de Samuel Becket, firmados por Calatrava–, pero nos gusta especialmente el Loopline Bridge, un puente ferroviario de finales del siglo XIX. La zona, cercana a los dockers, está repleta de cafés con encanto, galerías de arte y espacios de coworking. Ya no está el grafitti de Bordalo II con una inmensa ardilla a base de fragmentos de coches y bicis en la esquina con George’s Quay –el Ayuntamiento lo retiró en 2019– pero el barrio conserva un aire bohemio que enamora.
2. Trinity College, un oasis del saber


Samuel Beckett, Oscar Wilde y Edmund Burke fueron algunos de los ilustres alumnos que pasaron por las aulas de Trinity College Dublin. Incluso Bram Stoker estudió en este centro antes de dar vida a su famoso Conde Drácula. Los 190.000 m2 de este campus universitario son un paréntesis dedicado al conocimiento en medio del ajetreo de la ciudad, un espacio donde los estudiantes se cruzan con los turistas, móvil en mano. Además de pasear por los jardines interiores, puedes acceder a sus dos grandes joyas (de pago): la Biblioteca –la mayor del país, con 3 millones de libros– y el Libro de Kells, un manuscrito con los cuatro evangelios que se cree data del siglo IX.
3. La manzana de los museos


Aquí no hay isla, como en Berlín, pero al sur de Trinity College, la cuadrícula que forman Leinster Street, Merrion Square y Kildare Street concentra cuatro de los museos más importantes de la ciudad: National Gallery of Ireland, National Museum of Ireland-Natural History, National Library of Ireland y National Museum of Archaeology, todos gratuitos. Todos son interesantes pero, si hay que elegir uno, nos decantamos por este último. Te encantará el edificio –una joya de la arquitectura industrial–, pero lo mejor es su interior, con siete galerías que recorren del Neolítico a la Edad Media, pasando por la vida de los vikingos, e incluyen piezas de oro y hasta un barco real.
4. St Stephen’s Green, un parque con mucha vida interior


Aunque te resulte increíble, este majestuoso oasis verde enclavado en plena ciudad no siempre ha sido así. Hasta el siglo XVII St Stephen’s Green era un pantano al que acudía al ganado y que, los días de fiesta, celebraba ejecuciones públicas, como la quema de alguna bruja. Ahora, este jardín urbano es un espacio lleno de encanto, con estanques, parterres y bancos que invitan a ver pasar la vida; además, un espacio para invidentes, con plantas aromáticas y carteles en braille, y estatuas en honor a Oscar Wilde, James Joyce y W. B. Yeats. Si tu agenda viajera no te da tregua, aprovecha para visitar St Stephen’s Green Shopping Center, uno de los centros comerciales más elegantes de la ciudad, y ver el cielo desde su estructura acristalada.
5. Molly Malone, la vendedora más popular


Subiendo por Grafton Street –la mega calle comercial de la ciudad, repleta de tiendas y músicos callejeros– y torciendo por Suffolk Street, llegarás a St Andrew Street –a su lado, St Andrew’s Church es una iglesia desacralizada que ofrece conciertos, teatro, clubbing…– y a uno de los iconos de Dublín: la estatua de Molly Malone. La obra, de bronce, representa a una mujer que, en el siglo XVII, era vendedora de pescado por el día y prostituta por la noche y que terminó muriendo de unas fiebres. No se sabe si Molly realmente existió pero tiene hasta una canción –el equivalente a nuestro Asturias, patria querida, que aquí hay se canta con algunas Guinness de más– que habla de cómo vendía mejillones y berberechos de su carretilla y que es todo un himno nacional. Y una superstición propia: para regresar a Dublín, solo tienes que tocarle su generoso escote.
6. Irish Houses of Parliament, el centro del poder


En College Green, frente a la entrada de Trinity College, Irish Houses of Parliament es el antiguo parlamento de la ciudad, un edificio neoclásico del siglo XVIII que ahora alberga el Banco de Irlanda y que se puede visitar. Te encantará su muro redondo y sin ventanas –en el siglo XVIII, cuando se construyó, existía un impuesto al vidrio, así que las ventanas se eliminaron para reducir costes– y su estética, inspirada en el Museo Británico y el Capitolio de EE UU. Dentro puedes ver la Cámara de los Comunes, en el mismo centro del edificio, y la de los Lores, ambas con sus paneles de caoba y roble y sus lámparas de araña intactas. Fuera, College Green sigue siendo el corazón de todo, el lugar donde se concentra el poder político, económico y educativo y que, de forma espontánea, los dublineses eligen para celebrar conciertos o triunfos deportivos.
7. Todos los caminos llevan a O’Connell Street


Subiendo por Westmoreland Street, desembocarás en O’Connell Bridge, un puente más ancho que largo que cruza el Liffey. A tu izquierda verás la esquina verde y llena de fragmentos literarios de The Bachelor Inn –un pub clásico algo sobrevalorado que cerró tras la pandemia– y, de frente, el monumento a O’Connell, el gran líder nacionalista que da nombre a esta calle, toda una institución en Dublín que desemboca en Parnell Square. Aquí está la sede de uno de los padres de los grandes almacenes low cost, Primark –si vas con adolescentes, la sonrisa está asegurada porque aquí se llaman Penneys, que en inglés se pronuncia de forma parecida a penis (pene)– y el imponente edificio central de Correos, una joya del siglo XIX donde se proclamó la República de Irlanda tras la sublevación de 1916. Y otro dato: por aquí pasan casi todas las líneas de autobuses que atraviesan Dublín.
8. En torno a The Spire, la cuadrícula comercial


A lo largo de sus 500 metros de largo –y los 49 m de ancho, lo que la convierte en una de las calles más anchas de toda Europa–, O’Connell Street alberga numerosos monumentos. El menos convencional –y más nuevo, se construyó en 2003– es The Spire, una gigantesca aguja de 120 metros de altura que cuenta con tantos defensores como detractores. En este punto, a tu derecha tienes Earl Street, peatonal, con la estatua de James Joyce y Bonavox, los grandes almacenes de los que se dice que Paul Hewson, líder de U2, tomó Bono como nombre artístico. A tu izquierda, Henry Street, con los típicos edificios georgianos de ladrillo rojo reconvertidos en tiendas, es otro espacio para ver y ser visto y tomar el pulso a esta vibrante ciudad.