Pocas ciudades ofrecen una personalidad tan arrolladora como Lisboa, la elegante dama del Tajo que camina entre el ímpetu de lo nuevo y la melancolía de los viejos tiempos. Siempre atenta a lo último, reactiva y deliciosa, su capacidad de regenerarse es otra cualidad que enamora. En cada uno de sus barrios se combinan diferentes proporciones de aventura, fantasía y descaro. O lo que es lo mismo: epopeyas de navegantes, paisajes mágicos y locales de pura vanguardia. Tres ingredientes para contarte una novela: la última de una capital en constante cambio y que siempre merece la pena (re) visitar.
1. Alfama, el lugar donde nació todo


Alfama, el laberinto que concentra la tradición de la ciudad, te sorprenderá con la Casa dos Bicos, el precioso palacete renacentista que, además de ser el Centro de Arqueología, es sede de la Fundación José Saramago. Los restos de este grande de las letras reposan frente a la entrada, bajo un olivo. La subida al Castelo de São Jorge está plagada de rincones bohemios, tiendas de artesanía y locales donde se escucha fado –parece que nació por estos lares–, aunque uno de sus puntos fuertes son las extraordinarias panorámicas que regala desde lo alto. Aprovecha que estás en territorio miradouros para asomarte a alguno de ellos –Portas do Sol, Santa Lucía…– y fundirte con pintores y paseantes. Antes de irte, date una vuelta por la Sé de Lisboa, una joyita románica con 800 años a sus espaldas.
2. Terreiro do Paço, un río con epopeyas marítimas

La plaza del Comercio es el pistoletazo de salida con el que el Marqués de Pombal comenzó a modernizar la ciudad tras el terremoto de 1755. Este espacio fue mercado de pescados, plaza de toros y aparcamiento, tuvo árboles y estuvo pintado de verde y amarillo. Hoy, Terreiro do Paço –se le conoce así por su antiguo suelo de tierra– es una de las plazas más hermosas del mundo y la principal entrada marítima a la ciudad. Recórrela y empápate de su pasado: aquí fue asesinado el rey Don Carlos y su hijo, Luis Felipe, y tuvo lugar la Revolución de los Claveles. Ahora, entre turistas y selfies, la desnuda geometría de la plaza sigue contando historias con sabor a río. Para verlas de forma amena, entra en el Lisboa Story Centre, un museo etnográfico e interactivo donde repasarlo todo.

Sube después al mirador del Arco da Rua Augusta, un balcón de lujo desde el que hacerte un plano mental de 360º sobre el complicado trazado de la ciudad. Antes, una bica (café solo) en la plaza del Comercio en Martinho da Arcada, un café restaurante –el más antiguo de Lisboa, inaugurado en 1782– que tenía a Fernando Pessoa entre sus más distinguidos clientes. Aún está la mesa en la que solía sentarse este grande de las letras portuguesas, con su inseparable vaso de absenta y su café, tal cual lo dejó. Aquí participó en tertulias con la fadista Amalia y construyó el esqueleto de sus mejores obras mientras saboreaba su plato preferido –huevos revueltos con queso–, siempre con el Tajo al fondo.
3. La Baixa, el corazón histórico


Nada más entrar en la Rua Augusta, encontrarás a tu derecha las coloridas tablas de windsurf que decoran la fachada del MUDE, el Museu do Design e da Moda, un interesante (y gratuito) espacio dedicado a esta disciplina, con colección permanente y exposiciones itinerantes, aunque está cerrado temporalmente. Camina después sobre el trazado geométrico de la Rua Augusta –una de las vías peatonales más famosas del mundo– entre aromas a café y tiendas de recuerdos, y enfila la Rua do Carmo en dirección a la costa. Dejarás a tu izquierda la tienda de Ana Salazar –la diseñadora más internacional del país– y el elevador de Santa Justa –que conecta la Baixa con el Chiado– y encontrarás de todo: desde la Luvaria Ulisses –una minúscula tienda de guantes– hasta una sucursal de la famosa heladería Santini de Cascais, con sabores como el sorbete de piña con hojas de menta o el de piñones con dulce de huevo.
4. Rossio, el vibrante punto de encuentro

La plaza Dom Pedro IV es un hervidero de coches y gente. Aquí, en el nº 21, encontrarás la Tabacaria Mónaco, el estanco donde Pessoa compraba tabaco. Si quieres ver un glamour más sofisticado entra en la Avenida de la Libertad, una de las grandes obras con las que el Marqués de Pombal recuperó Lisboa tras el terremoto. En este enorme bulevar –tiene 90 m de ancho– puedes tomar un cóctel en la terraza del hotel Altis Avenida mientras te asomas sobre la tremenda locura de arquitectura neomanuelina que es la estación de Rossio.

En lo que a gastronomía se refiere, visita dos clásicos especial golosos: la Pastelaria Suiça –reabierta en abril de este año y trasladada a la Praça da Figueira– y el Café Gelo –primer establecimiento con hielo–, fundado en 1850. Este último cuenta con restaurante frente a la mismísima estación de Rossio y una pastelería donde saborear los divertidos passarinhos, pajaritos de merengue y huevo líquido, especialidad de la casa. Aquí también está O Mundo Fantástico da Sardinha Portuguesa y su espíritu circense. Como su nombre indica está dedicado a las conservas de sardinas y los turistas rebuscan entre las paredes las latas que llevan impreso el año de su nacimiento.
5. Marqués de Pombal, elegante y refinada


La distancia que separa aquellas míticas toallas de rizo y los nuevos concept store es la de la modernidad y la vanguardia. Encontrarás esta onda en toda la ciudad pero, especialmente, en el Barrio Alto, cerca del Jardín Botánico. Aquí tienes relojes de caucho con esferas intercambiables, artesanía a la medida, tiendas de anticuario de los años 50… y, por encima de todo, los concept store, la forma natural de fusionar los antiguos palacetes que abundan en la ciudad con una creatividad que siempre ha estado ahí. Nos gusta especialmente EmbaiXada, pegado a Príncipe Real, un sitio delicioso donde encontrar desde mapas de tela plastificada hasta collares con pasta de papel o posavasos al más puro estilo vintage. A la derecha de la plaza Marqués de Pombal, la Avenida Fontes Pereira de Melo alterna palacetes modernistas con unos cuantos graffitis regulados por el Ayuntamiento, que invita a artistas a decorar fábricas y medianeras.
6. Chiado y su ruta por las tradiciones


En la Rua Garret, el corazón de este elegante barrio donde paseaba Pessoa, te espera la librería Bertrand, la más antigua del país, con la guía turística que el poeta escribió sobre la ciudad. Compra algo en A Vida Portuguesa, una deliciosa tienda vintage, y acércate al Cafe Lisboa, un restaurante dentro del Teatro Nacional de São Carlos, el único de Lisboa dedicado a la ópera y situado frente a la casa donde nació y vivió Pessoa. Aquí puedes picar algo y probar una carta innovadora –el chef, José Avillez, trabajó con Ferrán Adrià–, en la que no falta el pastel de carne con arroz verde de grelos, antes de tomar un café en A Brasileira y hacerte la obligada foto junto a la estatua de Pessoa, el chico más triste del Chiado.
7. Barrio Alto, el paraíso bohemio


Subimos por Alecrim y, cerca de la Praça Luís de Camões, encontramos el aroma y la fila de gente que hace aguarda para entrar en Casa da India. Es un restaurante de barrio, siempre abarrotado –se comparte mesa y no se puede reservar– cuya especialidad, el pollo a la brasa acompañado de vinho verde, ha saltado a las guías de viaje de todo el mundo. Estás en el Barrio Alto, el lugar donde saborear una Sagres o una Super Bock, las cervezas clásicas de la ciudad, es todo un arte. Es también una zona menos turística y más bohemia, tranquila de día y vibrante de noche, repleta de propuestas afterwork y pegada a los exclusivos locales del barrio de Príncipe Real.
8. Cais do Sodré, perfecto para tomar un respiro


Junto al jardín de Dom Luis, el Mercado da Ribeira es un paraíso gourmet con mesas corridas, donde comer sushi, jugos eco y hamburguesas artesanas y encontrar puestos con estrellas Michelin. Es también un buen espacio para tomar un respiro en una ciudad en la que, a pesar del empedrado y las cuestas, pasear es a veces la única forma de descubrir sus rincones. ¿La alternativa? El elétrico, como llaman los lisboetas al tranvía: rápido y una atracción en sí mismo. Cuesta 2,90 € y va atestado, pero es fácil que, al verte con look turista, te inviten en perfecto portuñol (mezcla de español y portugués) a situarte junto a la ventanilla. Las mejores rutas son la nº 28 –recorre el centro histórico– y la nº 15, que enlaza Cais do Sodré y Belém. Antes de dejar la zona, sube por Alecrim y apúntate a una propuesta irresistible: una sesión lounge en la Pensão Amor, un antiguo burdel frecuentado por marineros que hoy es un icono de la noche lisboeta y que también ofrece estancias.
9. Campo de Ourique, el menos turístico


A la izquierda, otra zona en auge: Campo de Ourique, un grupo de calles que atrae a bohemios y a los que buscan más sabor y menos turistas. Aquí tienes la Casa Fernando Pessoa, un espacio dedicado íntegramente al poeta, con su dormitorio y un sueñatorium multidisciplinar. Este barrio obrero, donde Pessoa pasó los últimos quince años de su vida, se ha hecho un hueco en la escena gastro lisboeta gracias a dos buenas apuestas: la Tasca da Esquina y el Mercado de Campo de Ourique. La primera es un espacio para tapear entre amigos con cocina típica modernizada. Por su parte, el Mercado de Campo de Ourique anima el cotarro gastro de la zona –puedes comprar carne o pescado y pedir que te lo cocinen allí mismo– y ha convertido su espacio en un punto de encuentro de gente guapa, que disfruta sus gintonerías y carpaccerías.
10. Belém, todo un museo al aire libre


Sigue la línea de la costa hacia el oeste y sentirás a flor de piel la grandiosidad que una vez alcanzó el país –Portugal fue dueña de medio mundo tras el Tratado de Tordesillas– y su espíritu aventurero, reflejado en el Monumento a los Descubridores y la Torre de Belém. Junto al Monasterio de los Jerónimos –la joya manuelina se construyó para conmemorar el regreso de la India de otro aventurero, Vasco de Gama–, encontrarás uno de los templos del sabor lisboeta: Pastéis de Belém. Aquí, desde 1837, se elaboran los pasteles de nata (nuestra crema): con canela, por la abundancia de especias de las colonias, y de forma artesanal y secreta, con una receta que solo conocen los maestros pasteleros. Termina en la Plaza de los Descubrimientos, junto a la Torre de Belém, en este río con espíritu de mar donde llegaban los barcos que venían de Brasil, Mozambique o las islas Formosa cargados con las más exóticas mercancías.
La imagen que abre el texto es Terreiro do Paço desde el Arco da Rua Augusta | EVG