Sin el patrimonio medieval de Tallín y la oferta art nouveau de Riga, Vilna parece la menos favorecida del trío de capitales bálticas que pertenecieron a la Unión Soviética. Sin embargo, la flamante capital de Lituania tiene mucho que ofrecer para los que buscan descubrir nuevos destinos. Este jardín barroco –el mayor casco antiguo barroco de toda Europa– está repleto de iglesias, miradores, rincones insólitos y espacios bohemios llenos de vanguardia; además, en 2023 la ciudad celebra su 700 aniversario. Para conocerlo todo te invitamos a recorrer una ruta por los 10 puntos clave que debes visitar en Vilna, fiesta de cumpleaños incluida.
1. Recorrer el entorno de la Catedral
La Catedral Basílica de San Estanislao y San Ladislao es es símbolo más céntrico (y blanco) de Vilna. Reconstruida varias veces, su importancia radica en si simbolismo y su historia más que en su arquitectura, entre clasicista, gótica, barroca y renacentista. Junto a ella, una torre defensiva del siglo XIII convertida en campanario, con el reloj más antiguo de la ciudad, actúa de faro y de mirador de lujo desde sus 57 m de altura. Este dúo forma el kilómetro cero de Vilna –la primera toma de contacto con la ciudad y el punto idóneo para organizar tu visita– y se abre a una amplia plaza donde se cuecen todos los eventos urbanos.
2. Subir hasta la Torre Gediminas
Lo único que queda en pie del Castillo de Gediminas, el antiguo sistema defensivo de Vilna, es esta torre octogonal de ladrillo rojo. En su interior alberga un pequeño museo donde aprenderás la historia del Castillo –incluida la leyenda de su formación, cuando el Gran Duque de Gediminas soñó con un lobo de hierro y lo tomó como una profecía para fundar aquí la ciudad– y la transformación de Vilna a través de los siglos, en especial, su etapa soviética y la Cadena Báltica, cuando más de 2 millones de personas formaron una cadena humana de Vilna a Tallín para protestar por la ocupación. Además, desde su terraza tienes unas panorámicas de lujo sobre el casco antiguo y sus tejados rojos.
3. Entrar en el Palacio del Gran Duque de Lituania
Para entender la grandiosidad de este edificio, hay que situarse en los siglos XV, XVI y primera mitad del XVII, cuando Vilna era uno de los mayores centros económicos y políticos de la Europa Central y Oriental. Destruido por el ejército de Moscú y, en el siglo XIX, por la Rusia zarista, la antigua residencia de los gobernantes lituanos no se restauró por completo hasta 2013. En la actualidad, el Palacio de los Grandes Duques de Lituania alberga el Museo Nacional y puede visitarse a través de cuatro rutas guiadas que exploran diferentes aspectos de su historia y su arquitectura, desde la vida cotidiana, hasta el armamento, la música o la disposición de sus cocinas.
4. ‘Leer’ en la calle Literatai
Mitad street art, mitad homenaje a los escritores, Literaty Street (la calle de la Literatura) es una visita obligada si te gusta el mundo de las letras. Ubicada en el casco antiguo, las fachadas de este espacio peatonal están recubiertas con placas con el nombre, retrato y cualquier otro objeto –hay hasta una dentadura postiza– relacionado con un autor cuya vinculación con Vilna haya sido relevante. El proyecto no es histórico, sino que nació en 2009 –lo lideraron un grupo de artistas como parte de una acción en el marco de Vilna como Capital Europea de la Cultura–, pero forma ya parte del ADN de la ciudad.
5. Pasear por el distrito Stotis, el nuevo barrio de moda
Los conciertos en directo en el Peronas Bar junto a la estatua de James Gandolfini, las fiestas del Hostel Jamaika y las de Loftas, el artisteo del Club Kablys, los cócteles de Love Bar, los contundentes brunch de Holigans, aptos para veganos y vegetarianos… El ambiente más canalla y desenfadado de Vilna se concentra en el distrito Stotis, la antigua estación de tren entre San Petersburgo y Varsovia que, en los últimos años, es un espacio vibrante, bohemio y alternativo, un contenedor cultural rebosante de creatividad y con estética postindustrial que abre 24 h y está rodeado de edificios art nouveau y grandes iconos de la ciudad, como el mercado de Hales.
6. Desconectar en Bernardine Gardens
La historia de Bernardine Gardens comienza en el siglo XV, cuando los monjes bernardinos llegaron a Vilna y llenaron la zona comprendida entre la colina de Gediminas, el casco histórico y el río Vilnele, de iglesias, monasterios –como el de Bernardine–, estanques y jardines. Desde finales del siglo XIX el parque mantiene su forma actual –con jardín de rocas, fuente musical, exposición de plantas acuáticas, tiovivo, mesas de ajedrez…–, es uno de los principales pulmones verdes de la capital lituana y un lugar idóneo que cambia radicalmente con el paso de las estaciones y alberga uno de los habitantes más queridos de la ciudad: un roble de 200 años.
7. Descubrir el arte en la prisión
Si ya has descubierto una república independiente y te has tomado un cóctel sobre las vías del tren, ¿qué tal escuchar un concierto de música en una cárcel? En pleno centro de Vilna, la prisión de Lukiskes ha sobrevivido dos guerras mundiales y una ocupación soviética, ha funcionado desde1904 hasta 2019 y ha albergado tanto a presos comunes como a activistas políticos y disidentes del régimen. Desde su cierre, ha cambiado de nombre y actividad: se llama Lukiskes Prison 2.0 y alberga a 250 artistas que muestran aquí sus creaciones al público. Paralelamente, tanto el exterior como el interior pueden recorrerse en visitas guiadas para ver cómo era el entorno carcelario y reconocerlo en escenarios actuales, como la 4ª temporada de Stranger Things.
8. ‘Viajar’ hasta la república independiente de Uzupis
A proteger a un gato, a no tener miedo, a ser felices (e infelices), a equivocarse, a amar. Estos son algunos de los 41 derechos que recoge la Constitución de la República de Uzupis, una serie de artículos expuestos en la calle Paupio que ratifican la existencia de esta insólita República Independiente situada en el casco histórico de Vilna, en la margen derecha del río Vilnele. Durante la era soviética, Uzupis era un barrio abandonado y marginal que empezó a recuperarse tras la independencia de Lituania, en 1990, y cuyos bajos precios atrajeron a creadores e intelectuales. En 1997 se declaró independiente –con su propia bandera, moneda, presidente, constitución…– y, desde entonces, es un reducto bucólico de espíritu libre y visita obligada, repleto de iniciativas artísticas.
9. Ver atardecer desde la colina de las Tres Cruces
Las mejores vistas sobre la ciudad se fabrican en el mirador de las Tres Cruces, un homenaje a los tres monjes que fueron aquí atados a tres cruces y arrojados colina abajo hasta su muerte y cuyo monumento original destruyeron los soviéticos tras la II Guerra Mundial. Ubicadas en el parque Kalnai, subir hasta lo alto de la colina te regala unas vistas 360º sobre la ciudad y unas puestas de sol inmejorables. Con sus 12 m de hormigón blanco, estas cruces no solo son un símbolo de Vilna y un punto de referencia para orientarte en la ciudad, sino que actúan como medio de información ya que se iluminan con diferentes colores para anunciar eventos especiales.
10. Felicitar a Vilna en su 700 cumpleaños
700 años no se cumplen todos los días y se merecen una fiesta por todo lo alto, sobre todo, si el homenajeado en cuestión se siente tan joven como Vilna. La ciudad dedicará todo 2023 a celebrar este aniversario con una serie de actos que incluirán exposiciones, festivales de música, ópera y muestras artísticas y que se iniciará el próximo 25 de enero con el Festival de la Luz de Vilna. El espectáculo luminoso –que terminará el sábado 28 de enero–, iluminará con videoláser los rincones más inesperados de la ciudad, creará juegos de luces y música con efectos interactivos y llenará las calles de magia con espectáculos como Evanescent, pero el plato fuerte comenzará a las 19:30 h en la plaza de la Catedral con un videomaping que recrea la historia de Vilna.