Hay bellísimas cadenas montañosas y majestuosos picos repartidos por todo el mundo. Y luego está el Everest, al margen de todo, cuyos 8.848 metros le convierten en la cima más alta del planeta –aunque no es la más elevada, un puesto que, contando la parte de la base sumergida en el mar, le corresponde al Mauna Kea, en Hawaii, con 10.210 metros– y en el gran reto de los escaladores más experimentados.

Sin embargo, el Everest, situado en la frontera entre Nepal y China, es también una de las montañas más peligrosas del mundo. A los acantilados y riesgos de aludes hay que sumar el frío extremo –en la cima, la temperatura puede alcanzar -60ºC– y los efectos de la altura. A partir de los 5.400 m ya no hay médicos y, después de los 7.500 m comienza la llamada zona de la muerte, donde la falta de oxígeno provoca náuseas, vómitos y alucinaciones.

Aún así, el atractivo es tan grande –¿viste las fotos con las laderas masificadas?– que las autoridades restringen el acceso para reducir los muertos: 17 en 2023 y más de 300 cadáveres congelados y abandonados en los últimos años, que no han podido ser rescatados y que sirven de guía para otros escaladores. Además de estar prohibido ir por tu cuenta –la travesía ronda los 56.000 €–, ahora es obligatorio bajar 8 kilos de basura, comprar las bolsas de excremento en el campamento base y alquilar –y coser en la ropa– un chip GPS para facilitar la búsqueda y el rescate en caso de accidente.
La imagen que abre el texto es Everest | Mountain Magic Treks pvt.Ltd. Unsplash